Saturday, June 30, 2012

El Firpo


Uno de los personajes mas pintorescos del barrio en donde habitaba mi abuela, era sin lugar a dudas "El Firpo". El Firpo era el verdulero ambulante que se detenía todos los días en la esquina de la casa de mi abuela, su móvil era una carreta tirada por un burro. En realidad no recuerdo su nombre y tal vez nunca lo supe, pero en verdad el burro era el que se llamaba "Firpo" pero como el verdulero arreaba a su burro diciéndole "¡Ándale Firpo!", el nombre se le hizo extensivo al verdulero que no creo que haya estado muy contento ya que su burro era más popular que él cuando las vecinas gritaban alertándo a las demás amas de casa: "!Ya llegó el Firpo!".
 
Esta era la llamada para la congregación de las señoras con sus bolsas del mandado para comprarle al verdulero sus preciados productos regionales y algunos, no muchos de otras regiones. Las señoras dejaban sus quehaceres del momento para tomar sus cestas, las mas previsoras con su lista de lo requerido en la cabeza ó en un pedazo de papel. Mi abuela hacía lo propio al tiempo que me llamba: "¡Jano, ya llegó el Firpo!" Si, las señoras no eran las únicas que esperaban al mentado Firpo, los golosos y curiosos chiquillos formabamos una pandilla disuelta pegada a las faldas de las madres o como en mi caso, de mi abuela.
 
La carreta del Firpo, era hecha de madera rústica pero no se alcanzaba a mirar toda su estructura ya que las cajas de frutas y verduras al igual que todos los productos que colgaban cubrían su estructura. Recuerdo que la carreta era muy vieja pero fuerte. Normalmente el verdulero no subía a la carreta y la seguía a pie, tal vez para darle un respiro al pobre Firpo. En el asiento de la carreta guardaba ciertos productos selectos y su caja del dinero. Adornaban la carreta: elotes, naranjas, sandías, apio, tunas, mazos de cilantro y perejil, zanahorias, lechugas, pepinos, manzanas, papayas, duraznos y otros productos. En la parte baja colgaban jaulas con pollos vivos y la verdad no recuerdo que más había pero precisamente una de las anécdotas mas vívidas lo escenificó una gallina. Resulta que alguna vecina decidió comprarle una gallina pero la quería muerta y que el verdulero le hiciera el favor de sacrificarla. Nuestro verdulero que no era muy ortodoxo en éstos menesteres pero sí muy práctico sin más ni más, tomándo a la gallina del pescuezo la hizo girar varias veces con el resultado que éste se quedó con la cabeza en la mano y en el suelo corriendo, saliéndole borbotones de sangre por el cuello la gallina que hizo brincar a toda la concurrencia, principalmente a mí que en mi vida había visto tal espectáculo pensando tal vez en algo malévolo. ¿Cómo si la gallina ya está muerta puede estar corriendo? Aunque la maestra de biología me haya explicado esto años después, todavía para mí esto es una enigma ya que no fueron unos segundos sino una eternidad lo que la gallina corrió causando el pánico! ¡Parecía que me perseguía a mí por momentos y luego perseguía a los demás!
 
Normalemente, esperaba pacientemente mirando con curiosidad lo que había en la carreta, llegando todos a saber cuál sería el menú de la vecina de al lado. En un momento mágico para mí, mi abuela hacía la esperada pregunta: "¿qué fruta quieres?". ¡Bendita abuela! Regalaba a mis papilas gustativas de melocotones, peras, duraznos ó manzanas que mis ojos acaricibian en la espera tomando la decisión de que fruta sería la que me regalara sus néctares. Regresábamos todos a nuestros quehaceres abandonados, yo, tal vez a seguir subiéndo al árbol de guamuchil o a seguir jugando con mis juguetes no sin antes paladear mi codiciada fruta!
 
Momentos que no tienen precio son estos que revolotean y alegran siempre mi semblante al recordarlos. ¡Cosas pequeñas con un valor inmenso!

(Mi hermano Melvin me recordó el nombre del verdulero: Don José.)

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