Uno de mis recuerdos inolvidables lo es la Manina, esa dulce señora a la que todo mundo iba a visitar y a la que mi papá quería mucho, parece ser que Melchor era su nieto preferido y a uno de los pocos que reconocía en su enfermedad que la tenía postrada en una cama. Yo en lo particular la quería por lo anterior, ya que no recuerdo ninguna interacción con ella. Yo sin embargo, le inspiré una adversión por alguna causa desconocida para mí, ya que como dije anteriormente, no tenía interacción con ella.
Me enteré que por alguna razón ella supo que yo le había tomado un dulce que le pertenecía o algo por el estilo y me tomó el mencionado sentimiento. Llegó a pedirle a mi Nana, a la "Buena Señora que la cuidaba", como ella le decía ya que no la reconocía, un carrizo para defenderse de ese "güerito ladrón". Parece ser que mi Nana o alguien se apiadó de la Manina y la armó con el carrizo mentado el cual camuflajó cerca de su cama en espera de su presa que fuera al aguaje.
Sucede que poco después de ese suceso, la presa, yo, no es que fuera a pastar o a tomar agua, sino todo lo contrario, a sacar mis líquidos corporales o a descomer, no recuerdo, pero si recuerdo que para ir al baño había que pasar por el cuarto en donde estaba la cama de la Manina y por coincidencia, su cama estaba a un lado de la puerta que conducía indirectamente a éste. Ya se imaginarán que el pequeño tigre que yo era cuando al pasar por un lado de la cama de la cazadora, silbó el carrizo en el aire y antes de que diera en mis posaderas, que era allí a donde se dirigía el golpe, yo ya estaba en el aire a más de un metro de altura del suelo. Me escapé del artero golpe pero de los improperios y de todos sus resentimientos guardados para la ocación, no. No se que tanto me dijo, pero recuerdo que no eran muy tranquilizadoras sus palabras. Por eso es cada vez que pasaba por allí primero me asomaba para ver si podía pasar y pasaba pegado a la pared distante de su cama en donde el carrizo no alcanzaba.
Espero que mi inocencia se haya esclarecido una vez que la Manina llegó con San Pedro y me haya perdonado. Recuerdo eso sucedió un 24 de Diciembre, fué mi primera experiencia con la muerte, todos lloraban, las gentes entraban y salían de la casa de mis abuelos y para mi cabeza de niño, esa revolución no tenía sentido. Mis padres tuvieron a bien de enviarnos a mi y a Melvin, mi hermano, a casa de mi tía Lola, en donde pasamos la Navidad en compañía de mis primos Manolo y Maria Dolores.
Ese pasadizo al baño antes mencionado, pasando el cuarto en donde la Manina me acechaba, estaba otro cuarto enooorrrme debido a su obscuridad y a mi pequeña edad, en donde se encontraban los verdaderos peligros. Tenía un tragalúz que dejaba pasar una luz tenue en el mediodía y un dejo de luz a cualquier otra hora. Pasaba con pasos temerosos ese laaaargggooooo pasaje como de dos metros y medio y como de rayo, encendía la luz que me ponía a salvo de todos esos monstruos agazapados en la obscuridad.
Este cuarto si que escondía a más de monstruos, valiosos tesoros. Mi espíritu aventurero me llevaba a veces a enfrentarme a estos peligros únicamente por la gloria que sabía que recogía de todos mis amigos imaginarios que me acompañaban en mis aventuras, muchos de ellos, hermosas damiselas enamoradas de mis encantos y mi valentía. Pues bien, cada vez que mi sangre me embarcaba en una de esas aventuras, me internaba en ese cuarto dispuesto a probar mi valentía, me armaba de mis pistolas y a veces el rifle de Melvin que cuando se descuidaba me era muy útil en mis aventuras. Los primeros pasos era apartar una cortina que separaba ese mundo increible, una vez allí, había que atravesar una linea de ropa colgada y entonces se encontaba uno enfrente de un pequeño claro que tenía enfrente un mueble de madera grande, a un lado una escalera y al lado derecho otro mueble blanco de madera aún mas grande que el anterior, era en esa área en donde la luz del tragalúz daba un poco de respiro a mis emociones.
Asomarse a esos muebles y fisgonear en los cajones para encontrar cosas que alguna vez fueron útiles era cosa común. Entonces venía siempre la inquietud de ser lo suficientemente valiente y entrar dentro de ese mueble por una puerta y salir por la otra, creo que eran cuatro puertas y dentro había ollas, sartenes y otros enseres domésticos. ¡Esa si era una proeza que hacía derretirse de amor a mis admiradoras! No se que me impulsaba a cometer esa locura cuando yo mismo me moría de miedo al entrar a ese cuarto y encima tenía que meterme a ese mueble y navegar en el totalmente a obscuras sin la luz del tragaluz.
Por último venía la prueba mayor: trepar por la escalera que conducía a un ático de una altura reducida. Apenas se podía caminar y considerando mi pequeño tamaño, ustedes se pueden imaginar que pequeño era aquello. Allí existía un viejo baúl con ropa, un reloj viejo de mesa (que ahora me saluda cada vez que me ve, desde uno de los estantes de la casa de mi mamá), un radio de los mas viejos que se pueda uno imaginar y otras cosas mas que no recuerdo en este momento. Este radio sin embargo me llamaba mucho la atención y lo utilizaba para comunicarme con mi base y siempre les comunicaba mi situación del momento que variaba con mi adrenalina, más de una vez tenía los pelos de punta!
Cuando pienso en todo esto, en todo lo travieso que éra, bien me deja en la mente una incertidumbre que me haya hecho pensar que la Manina tenía razón y que tal vez yo le haya confiscado algo de su pertenencias creyendo que era un tesoro de algún fantasma o algún rastro de otra expedición anterior a la mía.
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